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Publicado 21 de julio de 2021

Escuelas y dinosaurios

El paleontólogo Gailord Simpson decía que con frecuencia le preguntaban por qué se habían extinguido los dinosaurios y siempre respondía que no existía una respuesta clara, pero lo que sí había ocurrido con toda certeza es que mientras todo el mundo cambió, los dinosaurios no cambiaron.

En un momento como el que está viviendo la humanidad bajo la amenaza constante de la pandemia viene como anillo al dedo la cita anterior, referida a muchos aspectos de la realidad a la que hemos estado acostumbrados, pero en este caso vale la pena traer a cuento lo que ha ocurrido con la educación.

De manera totalmente imprevista los países cerraron los colegios y universidades ante el desconocimiento inicial que se tenía de la infección que se expandía de forma angustiosa. Mientras los científicos avanzaban en la identificación del virus y descifraban su forma de reproducirse en los distintos países y poblaciones, se pidió a los maestros y a las familias recurrir a todos los medios posibles de educación a distancia: computadores, tabletas, teléfonos móviles, televisión, radio, cartillas…

En la mayor parte de los países de Europa, después de constatar que los niños se infectaban mucho menos y que cuando ocurría no mostraban síntomas graves, decidieron regresar rápidamente a clases con medidas de protección y, excepcionalmente, eventuales cierres muy breves. Allá en Francia, España, Inglaterra o Suecia entendieron muy pronto que el mundo estaba cambiando y si no querían que las escuelas tuvieran el destino de los dinosaurios, debían adaptarse rápidamente para poder vivir en una nueva atmósfera.

En otras partes, incluida Colombia, los colegios siguen cerrados después de más de un año y comienzan a marchitarse. Al comienzo, por allá en marzo y abril de 2020 se sentía mucha vitalidad en la búsqueda de maneras de mantener activos a los niños. Los maestros hicieron un enorme esfuerzo para aprender a usar tecnologías de la comunicación, plataformas y modelos de organización. Las familias también pusieron mucho de su parte e hicieron cuanto pudieron.

Pero no se puede sobrevivir largo tiempo en condiciones extremadamente hostiles y hoy se nota una fatiga creciente en todos. No se puede sobrevivir con vitalidad en una escuela con la que no hay modo de conectarse por falta de equipos. Las cinco o seis horas diarias en que los niños y jóvenes compartían con sus maestros y compañeros se han convertido en tres o cuatro a la semana. Las risas y los juegos, las conversaciones de recreo, los conflictos propios del aprender a convivir han desaparecido en la frialdad emocional de unas pantallas que no transmiten nada, porque el cuerpo ha desaparecido transformándose en imágenes borrosas e inestables.

Las escuelas de hoy, que ya mostraban signos de desadaptación importantes en las últimas décadas, se asemejan más y más a los dinosaurios que ante un cataclismo particular se vieron condenados a la desaparición.

Ya hay cada vez más familias que piensan que sus hijos se podrán educar mejor en casa. La dificultad para retornar a la presencialidad muestra que nuestros colegios no resultan confiables para las familias. En vez de ser, como en otros países, el lugar seguro para la infancia en estos tiempos de crisis, aquí se ha insistido en que son lugares de contagio y muerte. En vez de tener autoridades públicas divulgando mensajes de valoración y confianza en el sistema educativo, hemos tenido un bombardeo de desconfianza que ya recoge altísimas cifras de deserción y retraso incalculable en los aprendizajes que, como siempre, afectará mucho más a los más pobres.

Es fundamental que todas las organizaciones civiles, los educadores y los agentes del Estado, hagan su mayor esfuerzo en este momento, para convertir esta tremenda e imprevista amenaza en una oportunidad de innovación que tampoco habíamos tenido antes. Pero es urgente. Las oportunidades no esperan toda la vida y cuando los males se dejan avanzar demasiado tiempo suele ser mucho más difícil repararlos.

 

Francisco Cajiao

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