La polarización política que vivimos en Colombia es producto de una cultura aferrada a defender líderes e ideas desde la emocionalidad y no con argumentos. De ahí la relevancia del ensayo que hace dos años escribió el autor Mauricio Villegas.
“Mi hipótesis es que aquí los sentimientos que alimentan a cada agrupación política han estado plagados de emociones tristes, sobre todo de miedos, odios, venganzas, no-reconocimientos, envidias”, escribe Mauricio García Villegas en su ensayo El país de las emociones tristes.
Una clara radiografía de lo que sucedió, sucede y sucederá en época de elecciones, donde se hicieron evidentes las grandes diferencias ideológicas, políticas y sociales de los colombianos. Divisiones y enfrentamientos que marcaron los debates, las noticias
en los medios de comunicación, las opiniones en redes sociales y cualquier diálogo social. Fue un escenario en el que quedó claro que en el país no logramos consensos, no sabemos dialogar ni debatir y no respetamos las ideas de los otros.
Durante mucho tiempo se pensó que el debate público era un asunto de ideas, argumentos y razones. Algo de eso hay, sin duda, pero las ciencias de la mente han mostrado que lo esencial no está allí, sino en las emociones. Según García, estudiar las emociones ayuda, quizás más que los crudos hechos históricos, a dilucidar el destino que corren las sociedades.
García, basándose en la filosofía de Baruch Spinoza, pensador holandés, examina la interacción entre las emociones y la política. Su aporte es un análisis sobre quiénes somos y para dónde vamos desde una perspectiva diferente. El valor que el autor le da a las emociones es que son producto de nuestra imaginación, lo que nos permite diferenciarnos del resto de los animales, solidarizarnos unos con otros –y también repudiarnos– y lo que construye nuestra identidad. En ese escenario, ¿controlar las emociones puede ser la causa del éxito o fracaso de una Nación?
La identidad cultural de los países se convierte en el temperamento de la sociedad y se obtiene a partir de un abanico de emociones. Están las emociones tristes, como el odio, la venganza, la envidia, la malevolencia, el desprecio, el resentimiento o la amargura. Y las emociones amables o plácidas, como la empatía, la solidaridad, el perdón, la cordialidad, el respeto, la benevolencia, la colaboración y la compasión.
Si bien hay países en los que existe un equilibrio entre las emociones tristes y las amables, en América Latina el principal problema es que queremos justificar siempre nuestras emociones y convertirnos en víctimas del odio. “En las emociones tristes el miedo es el motor de casi todo. Por miedo sobrevaloramos el mal del enemigo, y la venganza, afianzada en la sobredosis de maldad que le atribuimos al otro, es una manera de aplacar ese miedo”, escribe García.
El autor afirma que en Colombia ese balance ha estado muy inclinado hacia los odios y venganzas. Lo que podría explicar las miserias que históricamente hemos vivido como país y el malestar político y social actual. A partir de su análisis, para García somos una sociedad atravesada por miedo, que apela a la resolución violenta de los conflictos y no está abierta a la diversidad humana y a la diferencia.
¿Condenados a odiarnos en Colombia? El autor señala que en nuestro país hemos tenido demasiados conflictos que se habrían podido resolver por medio del diálogo, pero que terminaron en una guerra; con demasiados consensos que se rompieron por rencores.
En síntesis, demasiadas buenas ideas estropeadas por malas emociones.
Todos estos fracasos no solo han sido generados por las emociones. No se puede desconocer el contexto del país rodeado de injusticia social, el despotismo, la incapacidad administrativa y la corrupción. Situaciones que habrían sido más fáciles de superar si las discusiones y anhelos de justicia no estuvieran rodeadas por las furias de la política.
¿Esas furias políticas forjadas por la falta de racionalidad y el impulso latente de preferir defender a un líder, a un grupo o a un partido sobre los argumentos o la verdad, es lo que nos ha llevado a la actual polarización?
El miedo y la incertidumbre sobre el futuro que nos depara como país es el resultado de las provocaciones para desconocer la naturaleza del otro y mostrarlo como un monstruo irracional. Para García Colombia ha sido una repetición de furias permanentes que se representa en viejos odios, los cuales llevan a matarnos por imaginarios y por medio de la palabra.
De Colombia se dice que somos un país de abogados. Un hecho inquietante frente a lo que plantea García sobre el rol que prefieren jugar las personas cuando con otros debate. Según el autor, los seres humanos somos más abogados que científicos, porque siempre estamos a la defensiva y no permitimos valorar otros escenarios que permitan cambios y mejoras. Antes que discutir con verdades, datos y hechos, apelamos a la
indignación y a creer que nuestra idea es incontrovertible. Nos convencemos de que el futuro de la humanidad depende de que los demás se convenzan de ella.
Por eso el llamado de Mauricio García es a cultivar la racionalidad, para fortalecer nuestra humanidad cognitiva y la “indignación virtuosa”, que consiste en aceptar las verdades del otro. ¿Cómo lograr que las 35buenas razones sean las que favorezcan nuestras emociones? La clave está en la necesidad de avanzar en la educación emocional de la población y crear estrategias que permitan tener un Sistema Educativo guiado bajo esta consciencia. Ese es un ideal democrático.
En este escenario y, en una sociedad tan compleja y multicultural como la colombiana, García propone que debemos aportarle a trabajar tres frentes si queremos atraer prosperidad, progreso y bienestar. En primer lugar, es fundamental impulsar la educación emocional desde la primera infancia, pues solo así podremos tener mejores ciudadanos. Hay que enseñar con el ejemplo y enfocarnos en emociones amables como la tolerancia, el afecto, el reconocimiento y evitar los miedos. Una educación que tenga en cuenta los sentimientos de los estudiantes, que transmita conocimiento de una manera menos rígida y más atractiva y que motive la búsqueda del conocimiento y el despertar de la curiosidad.
Segundo, debemos entender que la única solución intermedia entre la ley del amor y la ley del odio es el respeto. Tarea difícil entre el fuego cruzado de los extremos políticos. Es un trabajo arduo en el que la sociedad debe desapegarse de las religiones y los nacionalismos, para que empiecen a desaparecer los discursos identitarios que crean enemigos y polarizan.
Y tercero, pero no menos importante, elegir líderes que tengan la capacidad de controlar sus emociones, para que desde el ejemplo nos guíen por un camino de menos enfrentamientos, más triunfos y buenas ideas. Un reto que debe asumir el nuevo presidente de Colombia para entender y concertar con la otra mitad de Colombia que piensa diferente.
De lograrse una discusión sana, abierta y transparente, podremos dar los pasos adecuados en la construcción del país que soñamos. Cada persona, empresa o sector debe sumar y aportar desde sus capacidades. No es una responsabilidad única del Estado, sino de que entre todos entendamos las necesidades del otro para aceptar las diferencias.
Mauricio García Villegas
Doctor en Ciencia Política de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y doctor honoris causa de la Escuela Normal Superior de Cachan (Francia). Se desempeña como profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia, como investigador de Dejusticia y como columnista del periódico El Espectador. Entre sus publicaciones más recientes están: Normas de papel (Bogotá, 2009); La eficacia simbólica del derecho (Bogotá, 2014); El derecho al Estado (con J. R. Espinosa, Bogotá 2013), Les pouvoirs du droit (París, 2015) y El orden de la libertad (Bogotá, 2017), actualmente en imprenta.