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Publicado 20 de octubre de 2021

Vigorizar la democracia exige combatir el miedo

Por: Adriana Guillén Arango – Presidente Ejecutiva Asocajas

Son tiempos difíciles para la democracia, así lo percibo. Se siente en las calles, se conversa en las casas, se murmura en los pasillos. Y así… con la incertidumbre a flor de piel vamos señalando responsables por los errores presentes y tiñendo de ansiedad las decisiones futuras. Es cierto, la democracia tambalea y cada uno de nosotros comparte una alta cuota de responsabilidad en ello. Si realmente queremos vigorizar la democracia, aún con todas sus imperfecciones, como el camino para promover una sociedad decente, participativa e incluyente, es necesario enfrentar el miedo y el dolor que conlleva autodeterminarse, atender la herida que produce asumir los cambios necesarios para dejar nuestra vanidosa y cómoda individualidad y empezar a pensar en colectivo.

El filósofo Byung-Chul Han en su libro La Sociedad Paliativa, plantea de manera lucida que la relación que tenemos con el dolor revela el tipo de sociedad en que vivimos. Hoy, según él, impera una “algofobia” o fobia al dolor, que no es otra cosa que un miedo generalizado al sufrimiento lo cual nos lleva a un estado de anestesia permanente en el cual son expulsados los conflictos, las controversias y sus confrontaciones.  Ya lo vislumbraba también nuestro pensador Estanislao Zuleta, a finales del siglo XX, cuando planteaba lo fácil que resulta elogiar la democracia y lo difícil que es aceptarla, en la medida que implica la angustia de tener que decidir y pensar por uno mismo. Aspecto que, paradójicamente, nos muestra el lado más frágil de la democracia porque “…pensar por sí mismo es más angustioso que creer ciegamente en alguien. Nombrar algún líder, algún guía, cualquiera que sea el nombre que le damos genera un entusiasmo enorme porque libera de la angustia, de la responsabilidad, de la duda sobre si lo que estoy haciendo realmente está bien hecho o no. La palabra del líder nos economiza todos esos problemas…” sentenciaba Zuleta.

Es entonces al fragor de la confrontación donde germinan la pluralidad de pensamientos, opiniones, convicciones y visiones del mundo, aunque parezca doloroso. Tristemente, la democracia ha dejado de doler y con ello ha perdido su vitalidad. Nos hemos entregado al analgésico político del lugar común en lugar de discutir y luchar por alcanzar argumentos mejores y asumir decisiones. Vamos   endosando compromisos y responsabilidades y, en vez de cultivar la conciencia crítica, castigamos las ideas. Parece más fácil ceder a la seductora tranquilidad que nos brinda un criterio impuesto y preestablecido por un líder, que discernir y construir nuestros propios juicios o resignarse a un discurso caudillista que promover el debate. Para Byung-Chul Han “…se está propagando o asentando una posdemocracia, que es una democracia paliativa donde no se es capaz de tener visiones, ni de llevar a cabo reformas profundas que pudieran ser dolorosas. Prefiere echar mano de analgésicos, que sufren efectos provisionales y que no hacen más que tapar las disfunciones y los desajustes sistemáticos. La política paliativa no tiene el valor de enfrentarse al dolor y de esta manera todo es una mera continuación de lo mismo…”

Y ¿qué significa asumir el dolor de la democracia? Para mi autodeterminarme y tomar decisiones informadas con los compromisos y consecuencias que conlleva. Puede ser. Como digo esa es mi visión ¿Cuál es su respuesta? Desde Asocajas queremos abrir un espacio en el cual podamos acompañarnos para encontrar esas respuestas. Por tal razón, dedicaremos dos ediciones de nuestra revista Caja de Resonancia para abordar esta temática y reflexionar juntos en un momento coyuntural para el país. Estamos convencidos que la democracia se conjuga en plural y que la magia para fortalecerla está en sus verbos: elegir, representar, deliberar, decidir, escuchar, respetar, exigir, asumir, participar, criticar, votar, opinar, creer y confiar, por mencionar algunos.

Reciban pues esta edición como una invitación para encontrar dónde nos duele la democracia, con la esperanza que el dolor de asumirnos como ciudadanos nos purifique.

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