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Publicado 4 de noviembre de 2020

Puntadas del alma

Por: Adriana Guillén Arango – Presidente Ejecutiva Asocajas

Vengo de una familia formada por tres mamás -una de ellas biológica- y dos papás -ninguno de ellos biológico- porque mi papá, papá, falleció antes de que naciera. Pudo haber sido difícil para una recién viuda, pero su mamá (mi abuela), su hermana, esposo y más adelante un nuevo compañero la contuvieron y acompañaron, y ese solo hecho significó que crecer al lado de tantas figuras paternas y maternas fuera una fortuna para mí, pues en mi hogar el afecto, así como la formación, llegaba triplicado de un lado y multiplicado por otro.

Fui y soy hija por decisión de ellas, ellos y mía. Una decisión que se sostiene en el amor y que se fue tejiendo en pequeñas y fuertes puntadas del alma para convertirse en un prolijo tapiz sobre el cual hoy se entrelazan nuevos hilos en los que visualizo a mis propios hijos, mi esposo y a esa familia extendida que son mis amigos del alma, que no me tocaron biológicamente, pero que elegí libremente como compañeros de vida y que han sido cosidos a partir de cariño e intimidad. Pero ¿por qué contarles esto? Porque cuando se me pidió escribir sobre el hogar y la familia fue lo primero que vino a mi mente: todo un tapete persa.

Y es que la familia es la primera instancia de nuestro camino de humanización y socialización. Marca algunos de nuestros primeros rasgos: la forma en que nos autodefinimos y la libertad para hacerlo, cómo nos relacionamos con los otros, la manera en que asumimos nuestras responsabilidades y compromisos según nuestros roles -no se puede renunciar a ser padres, hermanos, hijos-.

En la familia aprendemos a ser solidarios, amorosos, generosos y respetuosos de la diferencia. A expresarnos, protestar y exigir. En la convivencia familiar, los hijos descubren las peculiaridades de las personas con quienes conviven en distintos momentos de su desarrollo y reconocen la existencia de jerarquías a las que se asocian derechos y deberes.

Esta vivencia pone las bases para la vida en sociedad. La familia en últimas, trabaja de manera profunda para ayudarnos a reconocer nuestra dignidad, valor y a usar adecuadamente la libertad. Es en familia donde se vive por primera vez la experiencia de ser valorado por quien eres. Y es, precisamente, en el seno de ella que se da forma al concepto de hogar. Aquel que nos acoge, nos ilumina, nos reúne y nos calienta. Ese espacio intimo en que nos sentimos seguros y asidos y al cual es posible regresar en cualquier momento o etapa de la vida.

Por eso, la sociedad no puede subestimar su importancia ni delegar en terceros como colegios y universidades el proceso formativo único que sólo puede cultivarse en casa. Aunque suene trillado, los valores se siembran de manera natural y espontánea en el hogar sin necesidad de currículo y son cosechados invariablemente en la sociedad. Como miembros de familia no debemos desperdiciar la oportunidad de formar buenos ciudadanos.

El maltrato, el abuso, la presencia aleatoria, ausente y poco comprometida, la superficialidad y los vínculos frágiles lesionan la humanidad, la dignidad y la autoestima de los hijos, desperdiciando una fuente sustantiva para estimular un mejor ser. Todos estos comportamientos lesivos no pueden ser soportados. Deben ser denunciados y corregidos. Cuando el hogar deja de ser un lugar seguro y la familia se torna en una amenaza, el Estado y la sociedad deben efectuar una intervención responsable y oportuna, porque con ello no sólo se pone en riesgo una preciosa vida sino también una buena sociedad.

Finalmente, no importa quién es tu familia. Depende de tu elección. Lo importante es que esa institución se preserve en positivo. Que familia y hogar siempre sean sinónimo de protección, arraigo y amor. No importa si ellas han cambiado y ya no se parecen a las de hace unas décadas. No importa si hay más mamás que papás o más papás que mamás. Si tenemos más abuelos que nietos o si tu familia eres tú contigo o tú con una mascota. Sin familias tendremos sociedades desfondadas, de algún modo extraviadas de sus raíces. Las familias son como el agua para los ecosistemas, es nuestro deber preservarlas y honrarlas.

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