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Publicado 16 de noviembre de 2022

¿Por qué discriminamos cuando queremos ser incluyentes?

Sentir pesar es una forma de discriminación. No basta simplemente con entender que estos actos están mal, porque el verdadero cambio se logra a partir de acciones en las que evidenciamos nuestros sesgos que nos llevan a excluir al otro.

En algún momento de la vida, sin querer hacerlo, todos han quedado contra las cuerdas por ofender a otra persona, o peor aún, por discriminarla. Por querer ser incluyente, muchas veces se termina excluyendo por ignorancia. Se trata de una realidad que se vive día a día y en la que miles de personas terminan siendo victimizadas por su condición física, de raza o de iden­tidad de género.

La definición técnica de discriminación es cualquier serie de comportamientos en los que preferimos a un grupo población por encima de otro. “Hay grupos con los que nos identificamos y tenemos una tenden­cia natural a agruparnos, porque creemos que somos afines a sus valores, los cuales tenemos la concepción de que son buenos. Entonces, cuando vemos un grupo de personas distintas, que no comparten los mismos valores, los categorizamos como malos o incorrectos. Ahí empieza la discriminación”, sostiene Santiago Borda, socio y director científico de Instintivo, una empresa de economía comportamental.

La discriminación ha sido uno de los obstáculos para valorar la diferencia en la sociedad y velar por la inclusión y diversidad. Una situación que ha trascendido a la forma de gobernar y proyectar políticas públicas que, antes de brindar herramientas para ser incluyentes, terminan promoviendo ambientes hostiles. Un ejemplo es el diseño de las ciudades para quienes sufren una discapacidad física.

“Cuando sufrí mi accidente hace 20 años me di cuenta de que no siempre lo que yo quería hacer lo podía hacer, no por mis capacidades, sino por el entorno que me ponía un montón de dificultades. En esa época la gente no sabía que era accesibilidad. Cuando comencé a tocar diferentes puertas para ayudar a las empresas a ser más accesibles, me respondían: ‘¿qué es eso? ¿que tenga wifi o que sea más barato?’ Al país le sigue faltando muchísimo por ser incluyente y accesible”, explica Berny Bluman, director de Colombia Accesi­ble y quien a sus 30 años perdió la movilidad de sus piernas en un accidente deportivo.

Hoy existe una mayor consciencia por rechazar social­mente comportamientos discriminatorios. Se sabe que discriminar por raza, físico, identidad de género, lugar de residencia o hasta por el nombre y apellido, está mal. Sin embargo, el entendimiento no es una solución para evitar estos actos. Hay una gran brecha entre la intención y la acción, pues son los comportamientos inclusivos los que promueven la diversidad.

Para los científicos del comportamiento, llevar a cabo estas acciones es el gran reto, ya que muchas actitudes en la sociedad llevan a que se tomen “atajos” en la to­ma de decisiones.

“Siempre queremos ser racionales y convencernos de que no vamos a discriminar, pero cuando estamos estresados o no entendemos qué vamos a hacer, ter­minamos discriminando al tomar atajos para definir una situación. Por ejemplo, al revisar una hoja de vida, terminamos enfocándonos en dónde estudió, su lugar de residencia y otros aspectos, más allá de buscar ele­mentos que sean incluyentes”, expone Santiago Borda.

Otro cambio es la forma en que nos relacionamos, por ejemplo, con la discapacidad. Según Bluman, a los colombianos les enseñaron a ver la discapacidad con miedo, porque siempre se ha asociado con algo que es terrible y lo peor de la vida. Es más, es común escuchar frases como ‘toque madera’ o ‘no se siente en una silla de ruedas porque después la puede utilizar’.

Y agrega Bluman: “al crecer en una sociedad con mie­do se perdura una de las formas de discriminación más complejas que existen: el pesar. Sentir pesar por otro es discriminatorio. Cuando alguien se siente más capaz y con mayores posibilidades sobre alguien que pueda tener una discapacidad o alguna condición que lo hace diferente, es discriminatorio”.

¿Cómo evitar estas situaciones? Parece simple, pero es un cambio profundo: perderle el miedo a la diferencia. Esto significa brindar las herramientas necesarias para tener un entorno adecuado, en el que ser diferente no esté asociado con la idea de “vivir maluco”.

‘Vivir maluco’ es básicamente no tener las herramien­tas adecuadas para realizar las labores del día a día. La idea es tan simple como que a un comunicador social lo pongan a trabajar como médico en un hospital. No importa qué tan ‘capaz’ sea la persona, porque no tiene las herramientas para realizar esa labor. Es lo mismo con la discapacidad, porque quienes la sufren pueden tener un montón de capacidades que el entorno se las impide usar.

Desde un ámbito científico, la respuesta para luchar contra la discriminación no está solamente en capaci­tar o educar al otro, sino en evitar la toma de decisiones discrecionales o con atajos.

“El consejo es crear estrategias en las que prevenimos y asumimos que todos estamos sesgados en alguna condición, porque nos cuesta muchísimo trabajo salir de esos sesgos. Pero, desde la institucionalidad, desde nuestros trabajos, desde los procesos de selección, po­demos prevenir la discriminación. Que las personas no tengan esa discrecionalidad en sus decisiones ayuda a que una sociedad sea más diversa”, puntualiza Borda.

El camino es brindar las mismas oportunidades y po­sibilidades. Así se normaliza la diferencia, se aprende a vivir con ella y se pierde el miedo. En ese momento se acaba el pesar y la comunicación es de igual a igual. Sin hablar con diminutivos ni palabras que puedan inco­modar al otro. Es ahí cuando ya no hay discriminación.

“La diversidad es un tema que va más allá de lo moral, porque es un tema ético, en el que las oportunidades para todos deberían ser iguales”, concluye el científico del comportamiento Santiago Borda. La clave está en aceptar a más personas de orígenes diversos, para conocer nuevas ideas que permitan encontrar soluciones distintas y creen contextos en los que la sociedad no está acostumbrada a vivir. Es la forma de promover cambios y resolver las necesidades de cada persona según sus condiciones de vida.

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