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Publicado 20 de octubre de 2021

La participación democrática y su relación con la educación

Hernán Toro

Escritor, profesor universitario y editor

Su formación académica se ha desarrollado en la Universidad del Valle (Cali), en las Universidades Paris VIII y Sorbonne-Nouvelle y en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris. Ejerció como reportero durante cuatro años en Francia al servicio de diversas publicaciones de América Latina. Ha publicado 6 libros de cuentos y 5 libros de ensayo sobre el funcionamiento de los discursos de la información y alrededor de 60 artículos sobre el mismo tema en revistas especializadas. Diversos artículos suyos sobre asuntos ligados a la cultura, la comunicación y la literatura han sido publicados en libros, revistas, diarios y suplementos literarios de periódicos en Colombia.

Fue Decano de la facultad de Artes Integradas de la Universidad del Valle en dos ocasiones (de 1995 a 1998 y de 2010 a 2013); y Profesor Titular de la Escuela de Comunicación Social desde 1984 hasta su jubilación en 2013.

La Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle lo honró como Egresado Distinguido en el 2012 y la Universidad del Valle como Profesor Distinguido (2010) y Profesor Emérito (2013).

 

La participación democrática y su relación con la educación

Estanislao Zuleta (Medellín 1935 – Cali 1990), uno de los intelectuales más respetados y reconocidos en el país, desplegó su actividad intelectual en diversos campos del conocimiento: filosofía, literatura, psicoanálisis, historia, estética, ciencias sociales. En cada uno de ellos y entre ellos, estableció relaciones transversales con destacados pensadores de la historia haciendo referencia a problemas de nuestra sociedad, lo que quizás sea una de sus grandes enseñanzas. Así, por ejemplo, el propósito del ensayo “La participación democrática y su relación con la educación”, que se publica enseguida, no es disertar acerca de las ideas de los grandes filósofos contemporáneos o de la Antigüedad, pero es una dimensión muy presente en el texto, que pone de relieve lo que quizás sea una crítica de su autor a los intelectuales del país, muy atentos a la actualidad pero distantes de quienes son el zócalo del sistema de pensamiento occidental. Hablar de los problemas colombianos apoyado en Platón, en Aristóteles, en Kant, en Freud: ¡qué ejemplar desafío!

La obra de Estanislao Zuleta se diversificó en torno a esos grandes campos mencionados. Una buena parte de lo publicado al día de hoy no corresponde, sin embargo, a textos escritos directamente por él. Ciudadano de intervenciones públicas, profesor universitario, Estanislao Zuleta dictaba a menudo conferencias que, apoyándose obviamente en notas de orientación, se desenvolvían siguiendo una lógica oral. Los editores de sus publicaciones se encargarían luego de ajustar estas presentaciones orales a normas escritas.

Al momento de su muerte, a la temprana edad de 54 años, era profesor de la Universidad del Valle, institución que le había conferido años atrás el Doctorado Honoris Causa en Psicología, para cuyo recibo presentó una de sus conferencias más celebradas: “Elogio de la dificultad”. Este solo título es ya bastante indicativo de la originalidad de su pensamiento, pues el sentido común no solo no elogia la dificultad sino que la evita. Al mismo tiempo, es una muestra de las sorprendentes relaciones inéditas que presentaba (como puede verse, además, más adelante, en la relación que establece entre la democracia y la angustia).

No debería ser curioso que un autodidacta –es decir, alguien que ha renunciado a la institución escolar como la fuente de su educación–, como lo fue Estanislao Zuleta, publique un ensayo que se titule “La participación democrática y su relación con la educación”. Lo que el lector encuentre en él quizás explique las razones de aquella renuncia, sirviéndose en este caso particular de los vínculos entre la democracia y la educación.

Metodológicamente, Zuleta se plantea en este ensayo la necesidad de exponer las exigencias de la democracia antes de preguntarse cómo podría ser democrática la educación.

 

Y formula cuatro exigencias.

En primer término, afirma que “la democracia implica la aceptación de un cierto grado de angustia”. Zuleta asegura que los seres humanos, para constituirnos, debemos asumir la responsabilidad de nuestros actos, lo que genera angustia, y no endosar esa responsabilidad en otros (llámese líder, guía, padres, maestro…), actitud que infunde tranquilidad. Pero nuestras conductas, al buscar la tranquilidad, tienden a ahorrarnos esa angustia, lo que en términos sociales hace frágil a la democracia porque “es difícil aceptar el grado de angustia que significa pensar por sí mismo”, condición necesaria de un comportamiento individual o colectivo democrático.

En segundo término, para Zuleta la democracia exige una actitud modesta, consistente en reconocer que la diversidad de las formas de pensar enriquece; que el punto de vista de una persona se puede fortalecer enfrentado a un punto de vista contrario; que la visión del mundo de alguien puede cambiar al contrastarla con visiones antagónicas, y no, en ningún caso, pretender que el pensamiento propio es válido per se. Se debe llegar a “la aceptación del pluralismo con alegría”, asegura Zuleta.

En tercer lugar, la democracia compromete la exigencia del respeto. Respetar no significa admitir que cada cual piense lo que quiera; significa, al contrario, “tomar en serio el pensamiento del otro”. Es decir, admitirlo como contraparte sin que medie la agresión o el descrédito, la eliminación del contrario o el desprecio. Para Zuleta, el respeto del punto de vista del otro exige su relación con el punto de vista propio.

Finalmente, en cuarto término, la democracia exige vencer nuestras tendencias naturales al dogmatismo, que está instalado, según él, en nuestras estructuras mentales arcaicas. La democracia es el resultado de un proceso de maduración, detrás del cual queda superado el pensamiento dogmático (que es cerrado, autocomplaciente, incomunicado).

Planteadas estas cuatro exigencias de la democracia, Zuleta se pregunta en una segunda parte del ensayo cómo podría ser democrática la educación. Basado en Platón y en Aristóteles, afirma que la educación no debe ser dogmática, rasgo que se hace evidente, por ejemplo, cuando el maestro no sabe qué responderle al niño. Para evitar el dogmatismo, el maestro debe hacer el esfuerzo de demostrar ya que “La demostración es una gran exigencia de la democracia porque implica la igualdad: se le demuestra a un igual; a un inferior se le intimida, se le ordena, se le impone; a un superior se le suplica, se le seduce o se le obedece”.

De otra parte, la educación, para ser democrática, requiere que se debe aprender al niño a fracasar, pues en el fracaso el niño adquiere la consciencia del triunfo, de la derrota de la dificultad y de la satisfacción que de esta emana.

Una lectura atenta de este ensayo debería poner de presente la urgencia de que en nuestro país abandonemos el dogmatismo y abordemos los conflictos de manera democrática. Nuestra sociedad atraviesa por un momento delicado, en el que el manejo inapropiado de los conflictos nos puede precipitar en una espiral de violencia, aún peor que la atravesada por décadas y de la que deberíamos terminar de salir. La función de la filosofía –y de los filósofos— es ponernos a pensar en las condiciones de nuestra existencia para, tras comprenderlas, orientarlas de manera civilizada.

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