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Publicado 18 de agosto de 2023

Juventud: concepto, evolución y transformación

Por: Santiago Martínez, comité Editorial, Asocajas

A través de tres de los enfoques biológico, socioeconómico y cultural se busca tener un mayor acercamiento a lo que significa ser joven, que no se restringe a un tema de edades.

Es común ver cómo la juventud es recordada como un tiempo pasado por nuestros padres o anhelada por la niñez para hacer cosas de “grandes”. Pocas veces la entendemos como un estado presente, de transformación constante, de revelación contra lo que no nos satisface y de creación de conciencia, en la que el espíritu se alimenta junto al conocimiento para pasar a una etapa adulta.

La juventud es una palanca de cambio, de metamorfosis, que no significa dejar atrás pasiones, intereses y valores que adquirimos desde niños. Sus definiciones son variadas. En el diccionario de la Real Academia Española (RAE) se lee que es una persona de “poca edad”, “que aún no ha llegado a su madurez sexual” o que ha alcanzado la última fase de esta y el aspecto adulto”. Para las Naciones Unidas, si bien no hay una interpretación universalmente aceptada del grupo de edad que comprende el concepto de juventud, es importante cerrar el grupo etario entre los 15 y 24 años   fines estadísticos que permitan reflejar datos en demografía, educación, empleo y salud pública.

En Colombia, una de las definiciones comúnmente utilizada es la del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), que considera que la juventud es una etapa comprendida entre los 18 y 28 años, que va después de la adolescencia y es el preámbulo de la adultez. “Es una etapa afortunada en muchos sentidos, pues es el momento más adecuado para construir y planear ese proyecto que llamamos vida y sacarle el mejor provecho”, se lee.

Se trata de un concepto que está en constante construcción y que, para entender su aplicabilidad para la creación de políticas públicas, analizar la realidad de los contextos sociales o simplemente ser pragmáticos a la hora de desarrollar programas que sean pertinentes para atender a los y las jóvenes del país, es importante tener en cuenta tres enfoques: el biológico, el socioeconómico y el cultural.

Según explican desde el Observatorio Javeriano de Juventud de la Universidad Javeriana de Bogotá, el enfoque de los biologicistas más allá de entender la juventud como un grupo etario, en el que a partir de un rango de edad la persona tiene un periodo vital de desarrollo humano, entiende que es un proceso en el que se deja de ser niño e inicia el tránsito a la edad adulta. Su idea se desarrolla a partir de la concepción de “relevo”.

“Aquí aparece el concepto de ‘relevo’, el cual se puede entender desde un proceso biológico en el que las células del cuerpo humano se mueren y aparece una nueva. Cuando hablamos de relevo en una sociedad, hacemos referencia a la transición entre un grupo de personas que ya es más vieja por uno que es más joven. Esta definición de los biologicistas comienza a marcar un camino frente a la juventud, la cual es vista como una renovación social”, señala Mateo Ortiz, analista del Observatorio Javeriana de la Juventud.

Para los teóricos de este enfoque, lo importante de la juventud no es ella en sí misma, sino el hecho de que permite al ser humano seguir existiendo o viviendo en sociedad. Si no hay nuevos jóvenes, la sociedad se acaba. Es decir, es un grupo necesario para garantizar la supervivencia. Es lo que también se entiende como “bono poblacional”.

A partir de este último concepto es cuando el enfoque socioeconómico entra a jugar un rol determinante, pues este eje sí entenderá a la juventud desde un grupo etario que está en proceso de insertarse en un sistema social y económico. Es el concepto de “moratoria”. ¿Qué quiere decir esto? Para los socioeconomistas, ser joven es un estado de demora o ‘stand by’, en el que se convertirá en un sujeto activo para la sociedad, al estar en una dinámica de “estudiar para trabajar”.

El imaginario es que los jóvenes a sus 17 años deberían estar estudiando y a los 24, cuando empieza el final de su juventud –visto desde una concepción etaria–, deben entrar a trabajar. Y esto lo explica Ortiz de la siguiente manera:

“La juventud ahora es relevante, no simplemente porque releva biológicamente nuestra sociedad, sino porque es, de hecho, el anclaje de la sociedad a nivel socioeconómico. Ahí es donde está la diferencia con los biologicistas, porque la moratoria reconoce que, en ese periodo de tiempo, se le permite a las juventudes no vincularse al trabajo o no adquirir responsabilidades, para precisamente prepararse para el trabajo. Lo que importa es el bono poblacional para evitar una crisis en el futuro. Es decir, preparar a los jóvenes que son el mañana”.

El gran problema de estos dos primeros enfoques es que reducen la visión de las personas jóvenes a una perspectiva funcional. En pocas palabras, la juventud solo sirve en cuanto permita ser un relevo social y entregue a la sociedad personas que puedan trabajar. De ahí que han surgido diversas preguntas y conceptos tan complejos, como los Nini (Ni estudian ni trabajan), que terminan discriminando, descalificando y estigmatizando a una población que tiene altos niveles de insatisfacción de su entorno al no verse identificados o inmersos en dinámicas que realmente no responde a sus necesidades. 

“Lo que realmente está detrás de estos enfoques es intentar disciplinar la juventud y la intención de que el joven es bueno solo en tanto se vuelva un adulto: el adulto racional, el adulto libre, el adulto autónomo, el adulto que trabaja, el adulto que es responsable. Muchos programas tienen la intención de construir un modelo de adulto a seguir y de prevención. En el estallido social, era común ver comentarios que simplificaban la situación al decir que los jóvenes en vez de estar protestando debían estar estudiando”, explican desde el Observatorio Javeriano de la Juventud. 

A lo largo de la historia, abundan los ejemplos que evidencian que cuando al joven no se le puede disciplinar se le aplica violencia. Es lo que busca explicar el enfoque culturalista, pues privilegia explicar el valor que la sociedad le entrega a las personas jóvenes. Es entender a la juventud como un dispositivo cultural, el cual se transforma a partir de las relaciones que se generan a su alrededor.

Hay procesos en las juventudes que reconfiguran estas relaciones al reinterpretar, apropiar o reconstruir hechos que marcarán y definirán su identidad. El enfoque culturalista busca también esa comprensión social del rol de los jóvenes, para entender cómo se ha transformado la sociedad. Basta con hacer un recorrido histórico de la música para ejemplificar cómo han cambiado los valores generación tras generación.

Por eso la gran importancia de cruzar estos tres enfoques para tener una aproximación más real a lo que significa ser joven, su rol social y las necesidades que tienen mientras transitan su proceso de crecimiento y entrada a la adultez.

“En Colombia cuando comenzamos a dar la discusión acerca de las juventudes se plantean estos tres enfoques al mismo tiempo, lo cual es muy valioso. El biológico nos permite delimitar la población: el socioeconómico ayuda a entender que en esos tránsitos de edad hay cosas que materialmente suceden y generan oportunidades diferentes a otros grupos etarios; y el cultural evidencia que cuando se hace investigación y se trabaja de la mano con las juventudes, hay un proceso de reconocimiento y de derecho a desarrollar su propio proyecto de vida”, concluye Ortiz.

Desde 2013 se creó la ley 1622 que hace un reconocimiento a las juventudes desde estos tres enfoques. Sin embargo, aún queda camino por recorrer. En 2015 se hizo el primer borrador de Encuesta Nacional de Juventud, la cual no ha salido y es una de las tareas pendientes. Lo importante es retomar las discusiones entendiendo que además de estos tres enfoques, hay una forma distinta de vivir, sentir y disfrutar la juventud, pues el principal derecho de un joven es que pueda marcar su propio proyecto de vida.

La juventud es una experiencia que tiene diversos caminos de vivirla y en la que existen una infinidad de oportunidades para construir una identidad. No es homogénea y, al contrario, es un concepto en constante e infinita transformación.

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