Publicado 16 de noviembre de 2022

En defensa del derecho a morder los libros

Por: Roque Dávila, periodista invitado

La escritora y promotora de los derechos de los niños en Colombia, Yolanda Reyes, nos invita a reflexionar sobre nuestra niñez y cómo el acceso a los libros y la educación en la primera infancia son un camino para asegurar la inclusión a futuro.

Cuando yo era niño mordía libros, de esos de empastado café con dorado, que en el lomo tenían el número del tomo y el título de lo que contenían. Quiero aclarar que no hacían falta los juguetes, tuve muchos; sin embargo, sentía cierta fascinación por las imágenes de las enciclopedias: dinosaurios y mamíferos extintos, distintas clases de monos, volcanes, árboles gigantes, también astronautas y naves espaciales.

No leía, porque tenía menos de 6 años, pero le pedía a mi mamá que me dijera los nombres de las cosas. Así empecé a asociar las formas con significados. Eso me hizo extraño. A los siete, ya en primero de primaria, hablaba de cosas que los otros no sabían, de memoria recitaba países y capitales, nombres de dinosaurios, todos los planetas y uno que otro periodo geológico. También fui el primero en aprender a leer.

“No sé por qué se nos olvida que la primera infancia es el reino de la posibilidad. Los economistas del nuevo siglo han empezado hablar de ese potencial. Así como las exploraciones han ido a marte, hoy la neurociencia está explorando que el cerebro de los bebés es ese reino.” Yolanda Reyes

Esos libros y sus contenidos, a los que pude acceder sin limitación alguna, moldearon mi mundo. Un he­cho que nunca analicé hasta que en la 32ª versión del Congreso de Asocajas escuché a Yolanda Reyes, escritora, defensora y promotora de los derechos de lectura de los niños en Colombia.

Resulta que, según ella, entre los 0 y los 6 años desarrollamos el cableado de nuestro cerebro, conocemos el mundo y lo expandimos o limitamos según nuestras experiencias.

Esos primeros 6 años nos discriminan –o son un puente a la inclusión– para siempre. De ellos depende la brecha de vocabulario que tenemos al entrar a la escuela, ese vocabulario es como nuestra caja de herramientas para aprender, atar conceptos e hilar nuestra experiencia humana. Sin herramientas estamos en clara desventaja.

Las palabras son entonces nutrición lingüística, emocional y cognitiva. Se convierten en los cimientos de la imaginación y de la participación ciudadana, son un asunto político porque en muchos casos nuestra opinión se expresa en palabras.

Rodeemos a nuestros niños de palabras, de libros, cuentos y revistas, de historias y canciones de cuna, de carátulas para morder y babear. Velemos por su derecho a la lectura, soltémoslos para que se pierdan y encuentren en los territorios inagotables de la lengua.

Alguna vez leí que el lenguaje es el límite de nuestro universo. Hoy creo que es verdad.

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