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Publicado 20 de octubre de 2021

Diversidad ideológica en la política y sus impactos sociales

Vivir en sociedad ha llevado, durante siglos, a que las comunidades busquen una forma de organización que permita llegar a los acuerdos esenciales para poder suplir las necesidades en las que se desarrolla su identidad cultural, comercial, social, religiosa y convivir, en medio de las diferencias, de una forma pacífica. Remontarnos a la Grecia clásica nos permite dirimir un poco el esfuerzo de la humanidad para concebir los modelos de organización de un pueblo.

De acuerdo con el doctor en filosofía, historia y ciencia política de la Universidad de Munich, Manuel Knoll, en su publicación sobre el pensamiento político aristocrático muestra las diferentes formas en la que los griegos concebían la organización política de sus ciudades Estado o, mejor conocidas, como polis. Vale anotar que se centraba esta forma de organizarse en la administración de justicia y quienes eran los que debían impartirla. Los primeros en aparecer son Teognis y Heráclito, defensores de la premisa de una organización política basada en el origen noble y en la idea de una sociedad dirigida por unos pocos privilegiados. En tanto, la visión de Platón con su obra La República, proyecta la organización de un modelo de tradición aristocrática que incorporó la educación como una herramienta que le permite al individuo ser idóneo para gobernar así no sea de origen noble. La propuesta de una política aristocrática fue evolucionando y en la concepción de Aristóteles se desagrega como un modelo de polis en el que el mérito sea entendido como la verdadera aristocracia tanto para la política como para otras ramas de la sociedad como la justicia aunque con varias interpretaciones sobre las convicciones políticas de Aristóteles.

Es por esto que la política tiene tantos significados como momentos. Una primera aproximación a su significado la ofrece en su análisis académico el profesor asociado de la Universidad Sergio Arboleda, Diego Martínez, al destacar cinco períodos históricos importantes en los que la palabra política adquiere connotaciones distintas. El primer período es la Antigua Grecia con su modelo de polis en la que el poder político es vertical y unos pocos tienen derechos de participación y están facultados para actuar como juez. El segundo momento es la Edad Media, período en el que la política se mezcla con la religión. El tercer momento es el Imperio Romano que organiza a los ciudadanos jurídicamente en torno a los consensos de ley. En el Renacimiento hablamos del cuarto momento con la profundización del concepto vertical de política en donde la sociedad se estructura en un Estado y se fortalece el modelo de una República contemporánea. El quinto momento es nuestra época actual en la que los movimientos sociales y la masificación de la democracia, se concibe la política como una dimensión horizontal recogiendo los ideales de igualdad y equidad sin perder la verticalidad del poder en el Estado.

Martínez describe que la idea de verticalidad de poder en la política griega no existe y más bien hay una presunción de horizontalidad e igualdad. Así mismo, recuerda que los griegos no conocían lo que hoy es el Estado moderno ni tampoco la verticalidad que éste supone. “De ellos, más bien, conservamos esa noción de igualdad de estatus conferida por un marco conceptual y normativo erigido dentro de un sistema sociopolítico determinado”, anota en su análisis.

A lo anterior se suma la clara necesidad de las formas de concebir la administración de los recursos económicos que una comunidad tiene y cómo realiza la destinación, según el consenso político y social. De esta manera, las ideologías políticas se fueron construyendo y los modelos económicos como capitalismo, comunismo, socialismo, empezaron a mostrar los modelos de desarrollo de las diferentes naciones. Esto condujo, en todos los casos, a la conformación de grupos de interés y/o presión, partidos políticos y demás actores clave en la toma de decisiones de un Estado.

La administración del poder político

Para entrar en el papel de los partidos políticos, que centran las miradas sobre las ideologías o propuestas de desarrollo que se proponen a la sociedad, es válido revisar el análisis de Rodrigo Losada, doctor en Gobierno y Ciencia Política de la Universidad de Georgetown, donde se precisa que para ser considerado como un partido político se debe tener como requisito unas elecciones democráticas, es decir, libres, competitivas, periódicas y limpias. “Por tanto, hablar de partido político en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) o en la China de Mao Tse-Tung, encierra una aberración. Esto, equivale a emplear una palabra que tiene una connotación democrática para encubrir una realidad no-democrática”, anota Losada.

Francisco Rojas, ex secretario de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), describe en un artículo del Centro de Investigaciones CIDOB de Barcelona que “en lo económico, el debate inicial fue sobre el rol del Estado versus rol del mercado, en un contexto de herencia neoliberal. En la actualidad, existe un importante consenso en torno a las claves de un modelo de desarrollo que, sin abandonar el crecimiento y la producción, refuerza el rol del Estado y las políticas sociales para superar la pobreza”.

Sin embargo, no todo se ha basado en las democracias ni en los consensos. Por varias décadas, una de las tendencias que se presentó, por ejemplo, en varios países en América Latina fue la dictadura como una forma de Gobierno y de resolver esa crisis desatada en el conflicto internacional que derivaba de capitalismo versus comunismo.  Bajo ese contexto se presenta el golpe de Estado en Cuba como la forma de tomar el poder político por la fuerza para dar un cambio en el modelo político, social y económico y girar de una política capitalista a una comunista. Caso contrario fue la dictadura originada del golpe de Estado en Chile y que resultó como una respuesta para mantener un modelo económico capitalista amenazado, según sus perpetradores, por la presidencia de Salvador Allende.

Todos los países de América Latina han vivido, a lo largo del Siglo XX, períodos de tomas de poder o golpes de Estado que han llevado a dictaduras militares o cívico-militares. La única excepción en la región ha sido Colombia. Lo más cercano en el país fue la toma del poder en 1953 de Gustavo Rojas Pinilla y un breve período entre 1957 y 1958 en el que Bogotá era presidido por una Junta Militar. Esta situación fue consecuencia de la aparición de los caudillismos en el que recae la construcción de todo un programa o propuesta de gobierno en una sola persona con un liderazgo y carisma que atrapa a las multitudes con la promesa de valor de un cambio real en el país y como consecuencia de la falta de credibilidad y confianza en las instituciones. Fue el caso en la década de los treinta y cuarenta con Jorge Eliecer Gaitán, el más recordado y popular caudillo liberal que fue asesinado en 1948 en Bogotá y fue la punta de lanza de lo que se conocería como el período de la violencia en Colombia.

Para el abogado e historiador de la Universidad Libre, José León, “en Colombia se salvó la democracia debido a los acuerdos a los que llegaron los diferentes sectores políticos que buscaron sacar del poder al general Rojas Pinilla y darle paso a lo que después se denominó el Frente Nacional. Un acuerdo de gobernabilidad que le permitiera al país tratar de bajar la violencia partidista que se vivía en la época”.

Con este panorama, la conformación de los grupos de interés en Colombia ha estado marcada por varias etiquetas que, históricamente, han encasillado a sectores sociales y políticos como de izquierda y derecha. En ese aspecto, Rodrigo Losada en su publicación sobre los partidos políticos recuerda que la primera elección colombiana fue en 1822, donde el primer Congreso estuvo constituido por quince senadores y cuarenta y seis representantes. En la historia del país, el primer elemento a destacar es que las corrientes que dominaron el mapa político y económico estuvieron marcadas por un sistema bipartidista dividido en conservadores y liberales.

Estefanía Rivera, politóloga de la Universidad Nacional de Colombia, explica que “teniendo claro que durante décadas el mundo se dividió siempre en dos: Occidente y Oriente, Capitalismo y Comunismo, en el que hay buenos y malos según la orilla en la que se esté y por supuesto Colombia, con la violencia partidista y posteriormente con el conflicto armado tuvo una clasificación e, incluso, estigmatización que definió la lucha por el poder y la toma de decisiones sobre la política pública. Lo que también hay que ver en este proceso es que los partidos políticos tradicionales entraron en una crisis de representatividad que ha llevado a los ciudadanos a mirar nuevas agendas políticas en las que entran claramente los caudillos y los populistas”.

¿Tienen futuro los partidos políticos?

Rodrigo Losada, doctor en Gobierno y Ciencia Política de la Universidad de Georgetown, no les pronóstica un buen futuro a los partidos políticos debido a su descrédito en la población y explica que “tampoco va a modificarse la creciente tendencia ciudadana a votar por personas en lugar de hacerlo por partidos. Se sigue, entonces, que los partidos van a perder importancia progresivamente como actores políticos, pero no van a desaparecer. Recuérdese que la esencia de los partidos yace en ser equipos de campaña”

Este panorama ha llevado a realizar un análisis sobre la militancia política en el país y su cada vez más fragmentado público elector. Según explica en un artículo académico Ana Osorio, abogada y especialista en Derecho Administrativo de la Universidad Externado de Colombia, “las leyes colombianas prohíben a los ciudadanos militar simultáneamente en varias organizaciones políticas y son aún más rigurosas con los elegidos en cargos de elección popular para permitir su traspaso entre ellas. Hasta el año 2011 la llamada doble militancia política y el transfuguismo no tuvieron consecuencias jurídicas, más allá de las sanciones que a bien tuvieran imponer las organizaciones políticas a los transgresores. Actualmente estas conductas pueden causar la nulidad de la inscripción del candidato y la nulidad de la elección”.

Por su parte, Miguel Ángel Herrera, profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia habló de cuatro tendencias que, en 2018, marcaron las elecciones a la Presidencia de la República y que siguen vigentes para las elecciones de 2022 con la Derecha, Reacción, Izquierda y el Centro. De acuerdo con Herrera los proyectos de izquierda y derecha son las apuestas radicales que se presentan en el electorado. Sin embargo, pone un elemento determinante que incide en el panorama político colombiano y es la participación de las comunidades religiosas que, motivadas por su creencia, se alinean a proyectos políticos y juegan un rol importante en las mesas de votación.

Según el análisis de Rodrigo Losada, los partidos políticos desde su aparición en el país en el siglo XIX, “eran ante todo equipos de campaña para las elecciones presidenciales, pero no ejercían control alguno sobre los candidatos a corporaciones públicas, Senado o Cámara, y autoridades regionales, y menos aún sobre sus respectivas campañas”. La situación descrita por Losada pareciera no ser solamente del inicio de los partidos políticos sino los de la actualidad. Ese determinado camino de una política individualista permite explicar a Losada que más que una estructura colegiada e institucional de los partidos, se terminó etiquetando a las personas de conservador o liberal para identificar una orientación política, así no militara en esa corporación. Algo que también ocurre en este momento con la descripción de derecha e izquierda en el que la etiqueta lo muestra más en un modelo económico capitalista (para la derecha) y comunista o socialista (para la izquierda).

De las ideas a las malas práctica

No obstante, y a pesar de las diferencias en las posturas ideológicas, todas las tendencias en el país parecen tener un ingrediente común que ha sido tradición en las formas de llevar a cabo la política colombiana: el clientelismo. Incluso, el doctor en Ciencia Política y Gobierno de la Universidad de Georgetown, Rodrigo Losada, describe que “cuatro rasgos pueden ser considerados como característicos de los partidos colombianos en la época actual: son clientelistas, se encuentran dividido en múltiples facciones, solo apoyan al Gobierno si este les ofrece mermelada (cargos públicos, contratos, etc.), y se encuentran permeados, unos más y otros menos, por la corrupción (contratos amañados, dinero ilegal para la campaña electoral y otras formas de corrupción)”.

Para Andrea de la Cruz, politóloga de la Universidad Nacional y becaria de la Universidad de Osnabruck (Alemania), “ha sido llamativo ver la forma en que la agresividad se ha trasladado a la arena política digital y en el que un pulso interesante está en las redes sociales con la irritabilidad de los mensajes. En muchos casos se trata de explicar como parte de las bodegas de uno u otro sector político. Sin embargo, también muestra una tendencia que ha ido creciendo en el país en tiempo digitales y es que en el plano electoral la campaña sucia, la estrategia digital, marcará la diferencia de la participación en las urnas de la población joven. El contenido no será propiamente de argumentos y programas, sino como ocurrió con el plebiscito de 2016, será de emociones”.

Aunque en Colombia la campaña a la presidencia para 2022 aún está empezando con más de 16 movimientos ciudadanos en búsqueda de recolección de firmas y las posibles alianzas hasta ahora en construcción, un elemento determinante será la llegada de nuevos partidos, candidatos y propuestas que no necesariamente se enmarquen en el ahora sistema binario de derecha e izquierda. Aunque en la política colombiana está muy bien acuñada la premisa de su dinamismo cuando de elecciones se trata. ¡Amanecerá y veremos!

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