Por: Alejandro Piscitelli
Lo mismo, pero muy distinto
La pandemia de coronavirus es algo singular en la historia, pero no por su letalidad (2 millones de personas muertas en un año frente a 9 millones anuales de cardiopatías, 6 millones de accidentes cerebrovasculares, o 3 millones de muertos por infecciones respiratorios).
Pandemias ha habido infinidad en la historia, si bien las que más nos recuerdan los historiadores son la peste bubónica, entre 1347-1353, que mató a 200 millones de personas (el 60% de la población europea de entonces), y la influenza española (que no era española), entre 1918-1920, que mató a 50 millones de personas.
La pandemia actual se diferencia de estos antecedentes por dos elementos determinantes. Es la primera vez que una pandemia ocurre en una era de información masiva en tiempo real, con todas las ventajas y desventajas que la infodemia supone (cantidad excesiva de información —en algunos casos correcta, en otros no— que dificulta que las personas encuentren fuentes confiables y orientación fidedigna cuando las necesitan), pero mucho más importante aún, es la primera pandemia en el último siglo, que nos tiene a los 7.800 millones de habitantes de la tierra como protagonistas de una tragedia, que está afectando todas las dimensiones de la vida en forma dramática.
La pandemia actual es nieta e hija de la fase más sofisticada y turbulenta del desarrollo capitalista: a saber, el turbocapitalismo financiero e informacional. Hasta hace poco se solía repetir que era más fácil pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo.
Lo cierto es que de un día para otro el mundo se paró y, si bien este párate no significó el fin de un modo de producción, sí anunció el fin de nuestro modo de vida pre-pandémico, independientemente del lugar que ocupemos en la pirámide social, cultural o económica.
El imposible retorno a la vieja (a)normalidad
El virus mandó a parar y ya nada será igual, ni volveremos al mundo que existía antes del “ataque” viral, ni volveremos a ese futuro sin sorpresa que tantas mentes ingenuas prometían como más de lo mismo, ignorando el paisaje de desigualdades, inequidades y conflictos crecientes, (eso sí locales porque después de la Segunda Guerra Mundial la violencia bélica decreció exponencialmente), y sobre todo de desvalorización de la palabra política y la renuncia a un mundo futuro global compartido que tenemos desde hace varias décadas.
El virus paró todo y, en particular, obligó a cerrar las escuelas (las oficinas también, pero ellas estaban relativamente preparadas para un retorno rápido y eficiente el teletrabajo), diezmó el transporte público, eliminó el tráfico aéreo y, en un tiempo ínfimo, desbarató la trama mundial de circulación de bienes y personas que caracteriza todo lo que conocemos y apreciamos.
Pero el virus no paró a todos por igual. Se ensañó especialmente de manera desproporcionada con los más pobres, los indígenas y las personas de color.
Mientras, la mayoría de los países de Centroamérica, Sudamérica y el Caribe cerraron sus escuelas en marzo pasado y las mantuvieron cerradas durante un promedio de 174 días durante 2020, renunciando al cuádruple de horas de clase más que ninguna otra región del mundo. Al finalizar 2020, el 87% de los 160 millones de estudiantes de la región no había pisado un aula en ocho meses. Los estudiantes más afortunados pudieron asistir a clases remotas desde sus hogares gracias a conexiones de alta velocidad, pero uno de cada dos alumnos de escuelas públicas directamente no tiene acceso a Internet.
La pérdida de aprendizaje acumulada puede llegar a restar hasta 1,2 billones de dólares de ingresos futuros a América Latina, o sea un 20% de los ingresos esperables después de la escolarización. También cabe suponer que se desplome el rendimiento de los alumnos de 15 años en las pruebas internacionales de aptitud PISA. Antes de la pandemia, la proporción de estudiantes que no alcanzaba los niveles de aptitud mínimos era del 53%, pero ahora esa cifra se ubicaría entre el 60% y el 68%. El virus está matando la educación.
COVID-19 como test proyectivo
El COVID-19 seguramente es una tragedia (educativa), pero también puede ser una oportunidad (civilizatoria). Porque no todo lo que había era oro. Tener abiertas las escuelas en sí mismas no generaba la educación que necesitábamos (todo lo contrario), y mucho menos las que necesitaremos de ahora en más.
Lo que EL COVID-19 enseña es mucho más amplio que su incidencia educativa o laboral. COVID-19 es un test proyectivo que amplifica y cataliza algunos procesos y prácticas preexistentes, pero también todas las polarizaciones y contrastes, que desde mediados de los años 1970 codiseñaron al mundo que se está derrumbando.
Detrás de tanta cháchara tratando de exorcizar al virus (en un amplio arco que va desde quienes lo despreciaron como un resfrío más fuerte al convencional, hasta quienes creen que anuncia el fin del mundo, siendo el capítulo inicial de la tragedia del cambio climático), hay quienes pusieron la mirada en una lectura más inteligente y sobredeterminada de las “n” dimensiones que la pandemia ofrece en términos de lecturas y consecuencias: ¿qué nos enseña y de qué aprendizaje se trata, cuál es su potencia pedagógica y por qué nos obliga a enfrentar a la complejidad de un modo irreversible?
Estamos viviendo en una época de riesgos globales. Ya no se trata solo de recurrir al efecto mariposa (la idea de que las pequeñas variaciones en un modelo o sistema predeterminado pueden producir grandes cambios en el futuro del mismo) sino que debemos atender el efecto colibrí (cómo podemos notar funciones similares o duplicadas en muchos lugares a lo largo del tiempo, clave de la innovación).
Vivir sin riesgos: una ilusión peligrosa
Como todos los años, el Informe de Riesgos Globales del World Economic Forum Riesgos Globales 2021 presenta los diez mayores riesgos por probabilidad, así como por impacto. Los riesgos medioambientales son el protagonista principal –temperaturas extremas, fallos en la acción climática o pérdida de la biodiversidad–, y siguen encabezando la primera posición, como ya vienen haciéndolo desde 2017. La incorporación de las enfermedades infecciosas –por COVID-19– vuelve a ubicar lo societario en los riesgos más acuciantes.
Mientras los riesgos tecnológicos se siguen manteniendo en este top 10, y han pasado de ser riesgos derivados del uso de tecnologías para realizar grandes crímenes o ataques –como ciberataques o robo de datos– a adquirir un cariz más vinculado a la vulnerabilidad social –esto es, la concentración del poder y las desigualdades digitales.
La clave del informe es precisamente el punto ciego de toda la reflexión científico y humanista del último medio siglo. Uno de los mayores riesgos que anuncia es la aceleración precipitada y descontrolada del corto plazo, sin unas capacidades de respuesta y anticipación para escenarios de largo plazo.
Así como Bill Gates nos advirtió en su charla TED de 2015 que un virus terminaría con nuestra tranquilidad civilizatoria, se equivocó de cabo a rabo cuando imaginó que Estados Unidos y Gran Bretaña serían los países más preparados del mundo para lidiar con él. Si alguien como Gates se equivoca, ¿cómo no se equivocarían nuestros gobiernos u otros cortoplacistas por el estilo?
La habilidad más preciada en tiempos de incertidumbre: el diseño de futuros para revertir la fractura social
Por eso más que en competencias blandas o duras, más allá de los consabidos llamados al pensamiento crítico o creativo, lo que tenemos que despertar (en docentes y en alumnos) es la habilidad de diseñar futuros de largo plazo – perspectiva que abreva en el asombro, la curiosidad, la apertura de la caja negra, las lecturas contradictorias y las propuestas contrafácticas –tan presentes en la ciencia-ficción.
Si, como apunta el informe del WEF, el hilo conductor de buena parte de estas realidades es la fragmentación social, entonces una parte significativa de las capacidades de protección, garantía, promoción, anticipación y respuesta debe focalizarse en revertir esta fractura social.
No podemos seguir hablando de los temas habituales (que impregnan en su totalidad el currículo escolar) desconociendo que la fractura social crece inalteradamente década tras década y que, ni intelectuales ni políticos (justamente aquellos que hemos formado nosotros mismos con nuestros sistemas educativos propios de la normalidad prepandémica), la toman como eje de reflexión, discusión y sobre todo desafío para superar (en vez de profundizarlos por inatención e incapacidad de tratamiento).
Si lo que queremos es prevenir el efecto “dominó” de la crisis de unos riesgos sobre otros en un plazo de 10 a 15 años, reducir la probabilidad de la pérdida de confianza en las instituciones, actualizar y adaptar los procesos actuales de la toma de decisiones, o repensar el propio ciclo de políticas públicas desde el diseño hasta la evaluación, es importante empezar a abordar la fragmentación social, desde la perspectiva de los mundos posibles, el diseño especulativo (y la convicción de que el futuro es fundamentalmente sorpresa sin fin) —como COVID-19 llegó para recordarnos.
Nuevas realidades, nuevas narrativas, nuevas formas de aprender
También será necesario transformar la propia narrativa de los discursos políticos, buscando reflexiones del largo plazo y la necesidad de consensos y trabajo en equipo —algo que en América Latina nunca existió en demasía y que ahora vemos contagiarse también a los Estados Unidos, Europa y Asia).
Las consecuencias de no abordar la desilusión y el desengaño de la juventud con el sistema actual (como innumerables protestas en los últimos 20 años desde la contracumbre de Seattle en 1999, terminando con la movilización chilena para reemplazar la Constitución pinochetista y las luchas por no respetar el toque de queda pro-COVID en Holanda -recientemente- no dejan de ilustrar), el incremento del desempleo y la brecha intergeneracional en la adaptación a nuevas demandas del mercado laboral, y los distintos frentes de las desigualdades en habilidades digitales, pueden ser drásticos y difícilmente reversibles.
Como una señal llamativa el Foro Económico Mundial acaba de crear un nuevo Global Future Council on Frontier Risks, y ha designado a nuevos Jefes de Asuntos de Riesgo —una profesión inesperada y altamente necesaria. El objetivo es consolidar un espacio único para realizar ejercicios de prospectiva y mitigar los riesgos de las próximas décadas.
Lo bueno es que en los años previos a la pandemia un grupo de pensadores, actores e instituciones con visión compleja y de largo plazo (algunos citados en la bibliografía) muestran un camino posible para salirnos del diagnóstico simplista y de las políticas cortoplacistas, abriendo nuevas perspectivas a la convivencia, el mutualismo, la codependencia, el largo plazo escapando de las cadenas del antropocentrismo y de tantos otros ismos.
Lo malo es que las instituciones tradicionales (entre ellas los Ministerios de Educación) no perciben esta aceleración; desconocen su corresponsabilidad por seguir anclados en el pasado y dejan en manos de docentes, padres y alumnos la reinvención del aprendizaje y la invención de las nuevas profesiones.
A lo mejor el presente no es tan malo. Es hora de dejar de delegar y de tomar en nuestras manos las filigranas del diseño del futuro. De lo que estamos seguros es de que el apocalipsis no ocurrirá aquí y ahora. Gracias Pandemia por despertarnos de nuestro sueño dogmático.
Carrión, Jorge, Lo viral, Galaxia Gutenberg, 2020. Garcés, Marina Nueva ilustración radical. Anagrama, 2017. Inneraririty, Daniel, Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI. Galaxia Gutenberg, 2020. Jorge-Ricart, Raquel, Riesgos globales y escenarios del futuro: bajando al terreno. Real Instituto El Cano, 27/01/2021. Pinker, Steven, Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicancias, Paidós, 2011. Quammen, David, Contagio. La evolución de las pandemias, Debate, 2020. Rossling, Hans, Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas. Deusto, 2018. World Economic Forum, The Global Risks, Report 2021. 16th edition Insight. Zakarias, Fahred, Ten Lessons for a postpanemic world, W. W. Norton & Company, 2020.