Publicado 8 de marzo de 2020

Dignidad y fuerza femenina

| EDICIÓN 33

Hay momentos inenarrables, que no se pueden explicar con palabras. Aun así, es inevitable que uno intente compartirlos con los amigos. En noviembre presencié una conversación poco común, esencial para Colombia. Cinco mujeres inteligentes y sensibles, líderes valientes, hablaron de dignidad humana, de la constitución colombiana y del humanismo aplicado a nuestra vida diaria. Cuatro abogadas, dos de ellas magistradas de nuestra Corte Constitucional, Diana Fajardo y la presidenta Gloria Ortiz, la ministra de Justicia Margarita Cabello, la profesora del Externado Magdalena Correa, con la moderación de la periodista Diana Calderón. El encuentro fue apasionante, pasé hora y media recogiendo cada una de sus palabras como tesoros. ¿Conversamos sobre este momento y las ideas y sensaciones que nos dejó a los privilegiados asistentes al congreso de las Cajas de Compensación?

 

Nos contaban, para comenzar, que nuestra constitución menciona seis veces la dignidad humana. Explicó Gloria Ortiz: “es la sombrilla del resto de los derechos”. “La dignidad nos da la oportunidad para el ejercicio de las capacidades, por eso es tan clave que se haya vuelto no solo un asunto ético y moral, sino legal”, para que cualquiera de nosotros la pueda exigir, y a nadie le sea negada. Así como en la constitución de Bonn de los años 40 donde la dignidad humana es un intangible, que nadie puede afectar ni modificar, en Colombia hemos seguido ese afortunado camino. Me gustó la definición que dio Diana Fajardo: “Vivir como yo quiero, vivir bien y vivir sin humillaciones, las tres condiciones deben cumplirse”. ¿Será que debemos enfrentar desde la dignidad muchos de nuestros desafíos sociales y políticos?

 

Fue mágico oírlas hablar de sus logros, que son nuestros, con sencillez y erudición. La sonrisa al contar de una tutela de una mujer habitante de calle que logró que reconocieran, basado en la dignidad humana, su derecho a tener acceso a una adecuada higiene menstrual. El guiño cómplice cuando contaban de esa niña arquera que logró que se reconociera su derecho a jugar en un equipo mixto, a pesar de la FIFA. Nos recordaron la importancia de haber reconocido los derechos al matrimonio y a la adopción para parejas del mismo sexo y, la menos reciente, pero igualmente trascendental sentencia, en que la Corte nos conminó a comprender que una niña embarazada tiene todo el derecho a seguir en el colegio, a pesar de una sociedad que se resiste a cambiar. ¿Insistimos en que ninguna moral ni tradición puede coartar nuestra dignidad?

 

¿Será que, además, reconocemos que mujeres como ellas han sido cruciales en estos avances? Diana nos recordó que “un juez debe abordar los problemas con un grado de sensibilidad”. Luego citó al juez sudafricano Edwin Cameron, como un llamado para los hombres presentes: “primero se debe reconocer el privilegio, para poder luego llegar a un compromiso”. ¿Habrá mejores jueces, entonces, que mujeres como ellas?

 

Al final, una pregunta clave para los tiempos del desprecio: “¿Cómo se pueden eliminar la envidia, el asco y la ira?”. Gloria afirmó, contundentemente, que la naturaleza humana es compleja, que no habrá sociedad perfecta. Magdalena se elevó sobre el auditorio y nos sacudió: “¿Para qué es el humanismo entonces sino para enaltecer la vida humana, para ser mejores que nosotros mismos?” Nos falta mucho, es cierto, aún hay demasiada injusticia y dolor, pero lo avanzado nos demanda gratitud para personas como ellas, que en bella y firme prosa nos han recordado que, para navegar en los tempestuosos mares del miedo y la desconfianza, no hay barco más firme que el de los derechos, ni estrella más brillante que la dignidad humana.

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